BANDERITAS Y GLOBOS
- Como la de los vecinos - agregué, señalando la pantalla. Levanté el teléfono para llamarlos. Los timbres sonaron varias veces, porque eran cerca de las tres. El marido de Lala se despertó con la voz surgiendo como desde un pantano, pero se alegró cuando supo de qué se trataba.
- Era hora de que tuvieran su propia mascota.
La afirmación del marido de Lala me dio coraje para llamar. Corté y marqué el número de las Interempresas TV.
- Una Petrona - pedí.
- ¿Alguna otra cosita? - preguntó la mujer.
El aviso mostraba unos afilados cuchillos que cortaban hasta un clavo de hierro.
- Una colección de esos.
- ¿Los Destripper Láser?
- Sí. Código 12.
Apagué la TV y fui al comedor. Javi estaba despierto, con la cara pegada al vidrio de la pecera, mirando fascinado al hamster en su rueda.
Al regresar a la cama pensé en lo lindo que era tener una familia, y que cada uno de sus miembros pudiera expresarse a través de sus mascotas y sus programaciones, como decían en el micro de los siconautas.
Sonriendo al aire, me sentí un verdadero siconauta.
El paquete llegó a las diez; lo trajo el rengo del correo. Marisa tenía la boca pegada por el Roxipol, un nuevo fármaco en pasta para lavarse los dientes. Según el micro de la mujer siconauta, los labios y las encías son la parte del cuerpo que mejor absorbe los efectos de la droga. Un segundo antes de que la pasta le fraguara, ella alcanzó a decir:
- Me palma retaroba.
Por la TV estaban pasando las Minutas de la Madre Argentina. Marisa se removió en su asiento, sin levantarse, despeinada y con el deshabillé a media asta. Agarró la caja taiwanesa entre sus manos y susurró, en un esfuerzo titánico por largar las palabras:
- ¿Omprastes más uchillos?
- ¿Ya había láser?
- Ayer ompré.
Abrí la otra caja. El interior era mullido como un féretro de lujo. En el medio estaba la piedra. También había un video con instrucciones y unas tarjetas para llenar y enviar.
Javi estaba ocupando la máquina con su propio video para disfrutar del "hamster, mascota ideal". En la pantalla se podía leer:
- Niño: si decides adoptar un hamster, debes tratarlo cariñosamente. Sé compasivo con él, respeta sus hábitos y serán buenos amigos. Teclea nombre:
La pantalla se iluminó con doce nombres de mujer y doce de varón. Arrimé una silla para ayudarlo a elegir. Javi se rascó la cabeza, preocupado por la cantidad de variantes. Tampoco sabía el sexo del hamster, lo que hubiese simplificado el problema a la mitad. ¿Diego, Chiqui, Gardel o Bonafide?. Javi tecleó el selector por azar de la máquina. Le dije: "necesito la compu". El nombre apareció seguido por una música triunfal: "Coca Sarli".
- Grande, macho.
Él puso "quit, eject, power" y se fue a verlo comer semillas de girasol.
Lala y el marido vinieron a cenar. Pedí dos pizzas por teléfono. Había visto el video de la disciplina de la piedra, y había cosas que no entendía. Lo de las vitaminas, por ejemplo.
"Vitamina A: interviene en el buen funcionamiento epitelial; Vitamina D: incrementa la absorción de calcio, fósforo y rayos solares; Vitamina E: relacionada con la parálisis pétrea; Vitamina del Complejo B: le da brillo permanente y la pone a salvo de las enfermedades erosionales".
Lala me explicó que eran unas gotas que se compraban en el mismo número telefónico. Había que ponérselas según se la viera triste o feliz. Sonó el timbre. Las pizzas eran de anchoas y de calamaretes fritos, elegidas según el sistema de la ruleta italiana; el chico que las traía era el mismo rengo del correo, que hacía una changa por las noches. Le di un dólar de propina porque me puso contento haber sacado la de calamaretes, que era carísima, por el precio de una de muzzarela. Marisa también se puso contenta por el ahorro, aunque después se acordó que no le gustaban ni los mariscos ni las anchoas.
Llevé la piedra a la mesa. Lala dijo que la de ellos brillaba más, pero era lógico porque hacía un mes que la estaban cuidando. Eran muy respetuosos de los horarios de viento y de placar. El marido de Lala preguntó cuándo venía el visitador. Marisa bostezó.
- En el recibo dice la hora y el día.
Busqué el papel. En letra chica, estaba escrito: el visitador irá a su casa el día 15, a las 10 de la mañana. Los números habían sido agregados a mano. Era sábado 13. El marido de Lala explicó que teníamos todo el domingo para servir a la piedra. Me dijo que repasara el video y, si me quedaba alguna duda, lo llamara. "A cualquier hora". Agregué, antes de despedirme, que Marisa les había preparado un bonito regalo, por ser los mejores vecinos. Le entregué la caja de Taiwán. Lala hizo un gesto de falsa sorpresa, tomó el paquete entre sus manos y dijo:
- Ya compramos Destripper.
La mejor parte del video eran los testimonios.
"Desde que cuidamos la Petrona salimos tres veces seleccionados en el Loterbingo, y la chica me saca diez del colegio". Clara, de Bernal Oeste.
"Acaricio la piedra y mis hijos traen los nietos a comer a casa, la sirvienta limpia profundo y hasta tuve un orgasmo". Felisa, de Almagro.
O Angel, de Morón (un caso terrible, pero con buen final, por lo que el hombre es grabado de espaldas hasta el momento del cambio):
- Me hallaba en una situación desesperada. Mi esposa me engañaba con mi mejor amigo y mis cuatro hijos estaban embobados con él. Hasta que vi el aviso en el programa "La Sagrada Familia". Conseguí la piedra y la cuidé. Llegué a 9,87 puntos de marca. Petrona me lo devolvió todo: un feliz accidente acabó con la vida de mi amigo, y hoy comparto otra vez la casa con mi mujer y los chicos.
Había otra parte de la cinta que hablaba de los cuidados. La explicación se dividía en "cuidados de principiante" y "cuidados extremos". Hablaba también del cumpleaños de la piedra y de sus posibles enfermedades, que el locutor enunciaba de una manera misteriosa. También hizo una acotación acerca de que la piedra no es una moda.
- Mucha gente se entera de la piedra por un vecino, o lee algo al respecto, y la prueba. Esto no siempre es correcto. Han habido más que suficientes modas, algunas de ellas muy peligrosas. Pero el comprobado éxito mundial que acompaña cualquier emprendimiento de Interempresas TV hace pensar en un respaldo serio y en la garantía de que la familia argentina se verá afianzada a partir de un nuevo integrante a cuidar. Petrona es el imán que mantiene el hogar unido, porque... sin hogar... ¿qué somos?
Anoté la reflexión final y lo del cumpleaños, que me pareció lo más fácil de hacer. Marisa miraba su programa "Toxifetal" con media cara anestesiada. En la TV, una señorita vestida de novia, con un tocado de tul y pequeñas rosas, decía: "...por freno de las hormonas folículo estimulante hipotalámico y luteotrófica, como acontece con las sustancias que actúan sobre el Sistema Nervioso Central".
- Es la huevamenta del jueves pasado, pero ahora sale con rayas verticales.
Javi pasó con su video en la mano. Quise hablar con él y me dijo que en "Cablepet" habían dado una información que lo tenía preocupado: los roedores no se adaptan a la vida en cautiverio, pudiendo enloquecer hasta llegar al autocanibalismo, o cosas aún peores.
- Voy a llamar al canal.
- ¿Para qué?
Me miró como si fuera un estúpido, o hubiera dicho una estupidez.
- Quiero saber qué cosas peores.
Pensé que la peor de todas las cosas era que cada uno se ocupara de sus propios asuntos, mientras las horas pasaban y nadie se acordaba de la piedra. ¿Cuánto tiempo faltaba para que llegase el visitador? ¿Qué había que responder por la tenencia de ese objeto? Ella estaba ahí, quieta en su caja, para amarla y cuidarla... Me puse serio; firme. Hice la venia sin mirar a Javi o a Marisa. Canté, como era mi obligación, el himno a su diaria felicidad:
- Cumpledí-a fe-liz, cumpledí-a fe-liz, cumple pie-dra, cumple pie-dra, cumpledí-a fe-liz.
Nadie dio vuelta la cabeza para mirar. La piedra parecía haber ganado un brillo.
Para las diez de la mañana del lunes yo estaba con mi mejor traje y mi mejor humor. A Marisa algo le había partido el hígado, y estuvo desde las nueve llorando que el spray le dejaba el cuerpo a la miseria, que me fijara en las contravenciones. "Salbutamol y dipropionato", le dije, "y pintate, que va a llegar el visitador". Puse la piedra sobre el macetón de yerba buena, junto a otros cascotitos de distintos colores. Estaba angustiado por la visita de la empresa; según el marido de Lala era una exigencia importante y había que dar la mejor imagen. El timbre de las diez y veinte trajo al rengo con un tubo de Gelviol y media docena de sprays. Comentó que lo mandaban del canal, y que había dejado la pizzería porque era un plomo, y con los de la tele "uno se siente parte de algo grande". Lo dijo con satisfacción.
El timbre volvió a sonar recién a las once y cuarto, cuando ya daba todo por perdido. Abrí la puerta. Un chino de un metro y medio de altura, peinado a la gomina, irguió la cabeza para hablar. Dijo:
- Ya me reclama el largo asunto, y suelen ser pocas las palabras para el tema: soy el visitador.
Lo dejé pasar; lo vi ponerse serio. Sacó una linterna del bolsillo. Dirigió el foco hacia la maceta. Gritó:
- ¡Qué pálida tenés tu tez marfil, por más que esté a tus pies la vida vil! - y, dirigiéndose a mí, en una orden corta y severa: - Sacála de acá.
Al principio creí que me estaba cargando. Marisa ni se había parado de su asiento, frente al programa de Máximo Pineal, en el que el célebre médico de entretejidos no se cansaba de afirmar que convenía hacer aplicaciones de manojos de pelo en canutos plásticos, en lugar del clásico "pelo a pelo". "Como en las Barbies", decía. El chino se puso furioso.
- A portarlo en cana vengo; su piedra lo ha delatao.
La puse otra vez en la caja.
- Comprendéme - aclaró él, como si adivinara mi desconcierto -. No quiero que tu rayo la enceguezca entre el horror, porque precisa luz, para seguir...
Marisa acotó:
- ¿Qué te sapa, oriental?
El chino se acercó a la mesa. Tomó una tableta de Gelviol, la olió y dijo, despectivamente:
- Las medecinas, veneno, que quitan fuerza y salud.
Ella desvió su mirada de la pantalla para fulminarlo. Intervine para frenar la discusión. Dije que la piedra estaba bien cuidada y, por sobre todas las cosas, éramos una familia feliz.
- Ayer la lavé con Espadol.
El chino carraspeó.
- Vos resultás, haciendo el moralista, un disfrazao sin carnaval...
Me quitó la caja de las manos y la llevó hacia la ventana, para agregar:
- Qué desencanto hondo, qué desconsuelo brutal... Yo siento que mi fe se tambalea, que la gente mala vive... ¡Dios!, mejor que la piedra o yo...
- No le entiendo nada.
- Que Petronita está sufriendo. Vealá, ni me habla...
- Las piedras no hablan - intervino Marisa, sin perder un detalle en la pantalla. El chino continuó su discurso.
- La noto sola, fané y descangayada. El primer informe los va a embretar de lo lindo. Esta piedra está como al descuido, a punto de armar el espamento.
Marisa empezó a gritar "qué disparate, esto en el aviso no lo dicen". El chino seguía afirmando que lo iban a saber en la empresa. Le expliqué que había hecho correctamente cada uno de los deberes del video. Subí los hombros con la esperanza de que me creyera. "También pudo haber venido fallada", dije.
- Enfundá la mandolina, ya no estás pa´serenatas. Me encuentro sin chance en esta jugada...
Marisa había pasado de canal y miraba un clip de rock en el que caían banderitas y globos. Apretó rec para grabarlo en el disco duro de la TV. El chino cruzó los brazos.
- Cachen el vídeo, pero en barra, con la garaba y el bepi - me dijo -. ¿Tenés un bepi, no?
- Sí.
- ¿Cuántos?
- Ocho, recién cumplidos.
- ¿Adónde se espiantó? ¿Tá de gomías en la vedera?
- Debe estar con la compu.
Hizo un silencio contemplativo.
- Sabés que te juno embrollado, a vos. Mal. Sin efe, con el bulín de embruje y sin manyarla -. Me apoyó una mano en el hombro, apartándome hacia la puerta de entrada. Hablaba en voz baja, secreteando -. A lo mejor te doy una mano, para que no te den la naca.
- ¿Un primer informe malo es malo, no?
- Fuíste, adío, gayola y a olvidarse de la jailaife. Por tan poca cosa...
Metí la mano en el bolsillo y saqué la billetera. Tenía dos billetes de diez y uno de cien. El chino hizo su primer sonrisa de la mañana. Agregó, cantando:
- No puedo más pasarla sin comida, ni oírte así, decir tanta pavada. Plata, plata y plata... plata otra vez. Que la vida es muy corta y es preciso alegrarla con tango y con champán.
Le di uno de diez y él siguió con la mano extendida. Le puse otro de diez. Completó su recital:
- No hay ninguna verdad que se resista, frente a dos mangos moneda nacional.
Y a Marisa, estrechando su mano:
- Adiós, señora, ya me voy y me resigno. Contra el destino, nadie la talla.
Javi llegó corriendo con la pecera. El chino gritó:
- ¿Quién pena en el piolín?
- Mi hijo Javier - lo presenté.
- ¿Y en la jaula?
- Su pequeña mascota, Coca Sarli.
Javi dejó la pecera sobre la mesa, sacó el animal y buscó ingenuamente la mano del visitador para que pudiera tocarlo. El chino la retiró con asco.
- Eso no se puede tener. Petrona tiene que ser única. ¿Qué bicho es?
- Nada, nada - interrumpí, alejando al nene -. Haga como que no lo vio.
- ¡No y no! - gritó, empacado -. ¡Esta es la peor de todas las macanas!
Lo vi tan fuera de sí que saqué por segunda vez la billetera. A él debió haberle parecido una falta de respeto, porque se quedó un instante reaccionando como si lo hubiera cacheteado; miró hacia Marisa para ver si era testigo, e irguió la espalda antes de hablar. Lo hizo en voz baja.
- Caballero, le suplico, tenga más moderación, porque a usted puede costarle cincuenta de la Nación.
- No tengo cambio - dije.
El chino agarró el billete de cien y se lo metió en el bolsillo.
- P'al mate. Y creamé: deshagasé de esa Coca si quiere un escore para piyarse, como el pipiolo de al lado y su jermu abacanada.
Cerré la puerta y me quedé pensando en que tenía que tomar una decisión. Así nunca íbamos a poder educar a la piedra.
Los reuní para la cena. Pedí los mejores tubos de papas fritas al teléfono de la pizzería (esas que vienen con gusto a banana) y tres Pepsis. Me extrañó que las trajera el rengo, que además tenía un ojo en compota. Cuando le pregunté qué le había pasado nos contó que se había peleado con un compañero de las Interempresas, y lo habían echado por "rengo de mierda". No había tenido otro remedio que volver a la pizzería. Los ojos de Marisa se llenaron de lágrimas.
- ¿Omo uede la gente ser an mala?
Se notaba que estaba dolida por la injusticia y eso era un buen caldo para la sopa de verdades que estaba por cantarles.
- Obrecito.
Nos sentamos. Yo ya tenía preparado el discurso, y decidí que primero veríamos el video entre los tres. Puse la piedra en el centro de mesa. Sonreí. Ellos me miraron con cara de "hablar, no". Dije: "sí, vamos a hablar. Porque la gran familia de la sociedad se compone de pequeñas familias sagradas. Somos las células del cuerpo siconauta. Ese cuerpo está formado por integrantes sanos. Si la familia se rompe o deja de comunicarse, se disgrega, se enferma, y si la célula se enferma, el cuerpo se enferma. Por eso hay que hablar."
- No me ustan las apas usto a anana.
- ¿Ananá o banana? - preguntó Javi.
- No me interrumpás, mamita, que estoy decidido a ocupar de una vez por todas el lugar que me corresponde como patrón de mi núcleo básico. Aunque tenga que apelar a la violencia. ¿Entendiste?
- Sí.
- ¿Vos también entendiste?
Javi afirmó con la cabeza.
- Bueno. Estuve pensando mucho en nosotros y creo que somos lo mejor que tenemos, pero nos falta. La teleproducción El Ateneo de la Argentinidad explica que estamos en esta bendita tierra para un emprendimiento grande, heroico y difícil. No es para débiles. La comunidad vive uno de sus momentos históricos definitivos. Nuestros enemigos, esos que mencionan en el programa Las siete virtudes del Movimiento de Protección a Padres y Madres, esos mismos enemigos no se cansan de fomentar todo tipo de políticas divorcistas y abortivas y hamsters, que lo único que hacen es disociarnos como entidad y vaciarnos de patriotismo. Es algo repugnante. Frente a ello debemos unirnos en defensa de las nobles consignas de un auténtico cuerpo nacional.
Marisa me seguía atentamente.
- ¿Y? - dijo.
Javi intentó pararse.
- ¡Te quedás! - le grité -. Seguro que ibas a buscar a la rata.
- No le grités al ico.
- Ese monstruo no tiene más lugar en esta casa, ¿entendés?
Javi negó con la cabeza.
- Si se lo egalamos osotros, cuqui.
- No importa. Disgrega a la familia. La disyuntiva es "Sociedad con familias" o "Parias disgregados". No hay medias tintas. Y nosotros, padres y madres de la revolución siconauta, ya lo tenemos decidido: Tradición y Potestad, venerando la piedra que nos une. Sin Cocas Sarlis.
El timbre del teléfono sonó como un aplauso. Me levanté para atender y tuve que preguntar adónde estaba el aparato.
- Javi lo ievó a la ieza ara hablar con el eterinario.
- Puta madre - dije, con las cosas más claras. Había que tener la mano dura y los pantalones puestos. Atendí marcialmente, con un grito: "¡hable!".
Cuando regresé a la cocina, ella había subido el volumen y cambiado el video por la Kermesse Subacuática, su massmedia predilecto. Le recordaba a cuando era joven y en la pileta le pasaban los musicales de Esther Williams para que hicieran gimnasia. En un repentino ataque de euforia, se paró, abrió sus brazos e intentó sonreír. Dijo:
- Te ammammos, rey de la amilia. Omos tus siervos ara endecir a la iedra. Ongratuleishons. ¿Quien era?
- Los de las Interempresas. Ese chino de mierda pasó un informe de maltrato. Van a volver a mandar un inspector el jueves. También dijo que hay más de una mascota. Y que no hay respeto ni veneración, que se encontró con cualquier cosa, menos con un hogar siconauta. Que la piedra estaba anticoagulando por falta de vitamina K. Sacamos 0,3. El coma tres deben ser los tres billetes que le di.
Todo estaba servido para que fuéramos como Lala y el marido, que vivían sumergidos en la dicha más plena y sacaban la mejor puntuación. Marisa disolvió dos microcápsulas en el café y se pintó los labios y los lóbulos de las orejas. Hasta nos dimos un beso.
- Hoy estoy ipiranga - dijo -, capaz de todo. Hasta de fregar la pétrea.
Volvimos a ver el video. Habíamos cometido omisiones importantes. Por ejemplo, cambiarle los pañales cada tres horas. Los pañales son las sabanitas donde la piedra duerme. No mantener el silencio absoluto de los sábados, otro error. Lo mismo pasaba con los colores y las luces. Como un enfermo postrado, la piedra sufría por la lámpara suspendida del cielo raso blanco. Debíamos conseguir un dímer y pintar el cielo raso de un color pastel.
Otro detalle omitido eran los paseos. Nunca había que ir por lugares llenos de piedras. El locutor lo decía tan enérgicamente que llegué a suponer que Petrona, pobre, podía haberse convertido en la piedra de la locura. Estábamos tomando conciencia de lo mal que la habíamos cuidado y de la razón absoluta del chino. Lo que me parecía extraño era que este tipo hablara canyengue. Marisa dijo que debía ser porque los chinos oyen mucho tango y milonga, y a lo mejor había aprendido castellano cantando. Ella misma, lo poco que sabía de inglés, lo había aprendido en los ciclos de rock, aunque siempre pasaran el mismo tema de las banderitas y los globos. Hacia la última media hora, el video hablaba sobre la relación de la piedra con los cuatro elementos.
AGUA: horarios de baño, lluvias, aplicación de bolsa caliente o hielo para subir o bajar la temperatura e inmersión de la piedra en ácidos y alcalinos. De este capítulo me llamó la atención el momento en que el locutor, su mujer y sus dos hijos se tomaban una sopa hecha con la piedra, agua hirviendo y un sobre de Quick, y se les abría la mente hacia la desdoblación de lo sublime, zona apreciada como un remedio milagroso para reunir vínculos afectivos. "Eso es algo en lo que no hay que pensar", observó Marisa, que estaba lúcida. "Uno se levanta un mal día y dice quiénes son estos extraños que me llaman hijo, madre, padre: ese camino no lleva más que a la destrucción, como todas las preguntas sesudas". "¿Quién es usted, señora?", le digo, por jugar. Ella se tapa la cara. "¿El tiempo que llevamos en pareja la hace definitiva?, ¿El hijo que tuvimos la vuelve especial, única?, ¿Por qué seguimos juntos?"
- Porque sos un cagón.
La parte del FUEGO hablaba de la proximidad a las llamas y la procedencia de las mismas (no es lo mismo la llama de un encendedor que la de un leño). "¿Y la llama del amor?"
- ¿Qué amor, tonto? Mirá que sos Nesquic, ¿eh?
El AIRE pedía vientos, brisas, soplos, bocanadas, hálitos. "La familia es el hálito", dijo la esposa del locutor. "El oxígeno que da la vida".
- ¿Oxígeno? Hacía cantidad que no oía esa palabra.
Para celebrar el cuarto elemento, la TIERRA, había que hacer un pozo y enterrarla como a una papa. En realidad había que hacer tres tipos de pozos: superficial, a medio metro y a dos metros. ¿Dónde íbamos a hacer el pozo de dos metros? El video decía que el enterramiento no debía superar los diez minutos. Marisa se rió. "No sé cuánto tiempo tardarías vos en tapar y destapar esas troneras, con tu embolia habitual, pero me cabe que más".
- ¿Qué embolia?
- La tuya, la bobitis.
- Si vos sos la que siempre está en otro estado.
- Lo hago para mantener la cordurez adentro de mi casa.
- ¿De qué cordura me estás hablando si es la primera vez en ocho años que te veo coordinar palabras con más o menos lógica?
- ¿Qué querés decir con lo de más o menos?
- Que te pasás el día a pasta corrida.
- Esas son mis gárgaras, y vos mi buen afgano siempre a mano...
Javi quiso decirme, con su gesto piadoso, que Coca Sarli no precisaba casi cuidados, salvo cambiarle el algodón cada semana y ponerle lechuguita y semillas de girasol por las mañanas.
- No puede estar. No entendés nada, vos.
Él ladeó su cabeza con los ojos semicerrados. Le hablé de esta manera:
- Ya sé que a la piedra hay que ventilarla y contarle cuentos cada dos horas, y atenderla como cuando vivía la abuela. Pero no quiero que pienses eso, porque la piedra no es una enferma como esa vieja.
Con la mano izquierda sostuve al hamster, que hacía el máximo de movimientos para zafar, enloquecido. Con la mano derecha sostuve la yilé. Ese chico había llegado muy lejos. Ya le faltaba el respeto a su padre y a la piedra, apoyada sobre la mesa, en su horario de reposo en papel secante.
- O la regalás, o la corto - dije.
La violencia se me había subido como un mal whisky.
- En ninguna casa aceptan mascotas que no sean piedras. Es mi regalo de cumpleaños.
- Después hacéme acordar y te regalamos un camioncito.
Y le hice un corte seguro desde la cola hasta el hocico, un corte profundo, del que brotaron las tripas del animal. Fue así: me quedé con el cuerpo desinflado colgando de los dedos; completé dos cortes más y las tripas cayeron en la mesa, desparramándose como un molusco. Abrí las manos y cayeron, Coca y la yilé. Javi la colocó sobre el secante. El animal, aún vivo, hizo un intento final de escaparse, convertido en una bolsa vacía. Al moverse trazó un mapa de sangre. Caminó hasta tocar la piedra con su hocico. Después expiró. Javi vio este mapa con ojos exaltados, vio la piel desmoronándose sobre la tabla de la mesa, vio la piedra. Entonces la recogió rápidamente y se la metió en la boca, justo en el segundo en que yo comenzaba a pensar si habría actuado con justicia, o dominado por la ira.
Javi hizo "glup". Se sentó en una silla, sus manitos se aferraron a los apoyabrazos de madera, su cabeza hizo una sacudida y se quedó duro como una estatua. Lo supe porque le pegué una cachetada gigante, aquella que se venía mereciendo desde hacía mucho tiempo, y fue como si le pegara a una talla de mármol. A una piedra con forma de Javi.
Cuando logré despertar a la madre, era de noche.
- Se quedó así, en trance - le dije.
- Le exigís mucho - dijo ella.
- ¡Qué hablás! ¡Se comió la piedra y endureció!
Ella le acarició el pelo enrulado, que era como un césped de hierro. El cuerpo estaba un poco echado hacia delante, los talones y las rodillas pegadas y los brazos dos mástiles clavados a la silla.
- ¿Qué hacemos? - grité.
- Calmarnos - respondió ella, que todavía tenía las lagañas pegadas -. Y llamar al chino.
El chino atendió enseguida, cuando supo que se trataba de una emergencia. Habló Marisa y yo le decía "preguntále también por tal cosa o tal otra". El chino empezó explicando que se trataba de un caso muy grave, pero que ya había sucedido una vez, con una señora que tenía una perrita pequinesa muy simpática que se había tragado, también, la piedra.
- Para la Interempresa se da el juego de remanye - dijo -. Habría que hacerle un tratamiento similar, adatado a lo humano.
- ¿En qué canal lo enseñan? - dijo Marisa.
Puso handsfree, para que oyéramos los dos. El chino suspiró.
- Observando que la gente rinde culto a la mentira y el amor con que se mira al que goza de poder, descreído, indiferente, insensible, todo niego, para mí la vida es juego de ganar o de perder.
"Chino de mierda", pensé.
- Hay que darle dique a nuestros profesionales del mejor nivel del mundo. Hay que internarlo, hacerle análisis en el laboratorio, en fin...
- Coimero hijo de puta... - dije, ni muy bajo, ni muy alto.
La voz del otro lado de la línea se inquietó.
- Llegó la hora de la triste despedida...
- ¡Espere, no cuelgue! - gritó Marisa - ¿Qué hacemos con Javi?
- Preguntelé al dorima, que se la sabe lunga.
- Pero tiene que decirme algo, señor japonés, el nene no se puede quedar enyelado como está, imaginesé...
- Los curas, las bendiciones las venden, y sin que nunca proteste la gran corte celestial.
Decidí calmarme e interrumpir por segunda vez, haciéndole un gesto a ella para que se quedara tranquila.
- Está bien, entendí. Soy yo, de vuelta, ¿me escucha?
- Perfeitamente.
- Le pido disculpas, estamos muy nerviosos... Queremos saber si hay un lugar allí para internar a Javi, y lo que va a costar, porque es nuestro hijo y no lo podemos dejar así...
- Por favor... - pidió ella.
- Señores, a abrir el ojo y no acostarse a dormir, que en cualquier rato les llega el flete.
- ¿Y cuánto va a salirnos? - insistí.
- No sé, no le digo, es el primer caso humano que tenemos...
- ¿Cuánto salió el perro?
- Cuatromil.
- ¡Eh! - me espanté -. Por esa guita compro otro perro.
- Compre otro Javi - dijo, y cortó.
A las tres de la madrugada tocaron el timbre. Varias veces, por si dormíamos. Marisa salió al balcón. Había dos petisos de pie junto a la entrada. Habían estacionado la camioneta sobre la vereda, como si fuera una ambulancia de urgencia.
- Somos los fulanos de la vuaturé - gritó uno.
Eran dos chinos adolescentes, de no más de metro veinte de estatura, vestidos con overoles. Entraron al departamento como si fuera de ellos.
- Aquí tiene las boletas - dijo el otro.
Una era de Intrempresas TV por cinco mil dólares, en concepto de adelanto por internación; la otra era un papel con un número: 500.
- ¿Y ésto qué es? - le pregunté.
- El diego del quía.
Rompí el papel en dos. Marisa se apuró para decirme: "no seas oscuro, hacéle los cheques al chico", cuando el otro salió de la cocina para avisar que se lo tenían que llevar con silla y todo, porque estaba como fosilizado. Puse las dos firmas mirando cómo sacaban a Javi a la calle.
- Qué baranda a pisho tienen estos nenucos - dijo Marisa.
La camioneta era vieja. Los chinitos habían acomodado la silla sobre las chapas oxidadas de la caja, y estaban atando las sogas.
- Tengan cuidado... - les recomendé -. ¿Se sanará?
- ¡Uf, sabés cómo ladra la pequinesa!
El que manejaba se bajó de la caja. Le entregué los cheques. El otro también saltó. Se refregaba las manos en el overol. Cuando terminó de limpiarse, extendió la derecha con la palma hacia arriba. Traté de no entender.
- Una meneguita para el marroco - dijo.
- ¡Estoy en piyama y no tengo más plata! - grité.
El que manejaba me guiñó un ojo.
- Así le evitamos los empedrados.
Pusimos el teléfono sobre la mesa y nos sentamos a esperar a que nos llamaran. Yo le agarraba una mano a Marisa y ella se sirvió un vaso de agua con la otra, para tomarse las dos últimas pastillas negras del tubo.
- ¿Qué son? - le dije.
- Calmantes. De los nervios, hace días que no cago. La angustia rectal...
En las indicaciones del producto leí "pastillas de carbón". Era increíble que ni mirara las recetas. Tal vez lo increíble era la locura que nos estaban vendiendo por TV. Habíamos perdido a nuestro hijo, lo único que nos unía de verdad. Todos queríamos ser siconautas, pero... ¿podíamos serlo? ¿tenía sentido? A las cinco cabeceé, y soñé. Me vi con el cuerpo desinflado de Coca en la mano y la piedra en la otra, delante de Javier. Él me observaba muy quieto, calladito.
- ¿Ves? - le dije - Es un tapado de piel para la piedra.
Y le encajé el cuero como una funda. Apoyé el conjunto sobre el piso. Javi opinó que parecía Coca, pero más gorda y chata. A mí también me pareció. El nuevo hamster levantó su cuerpo pesado de la superficie del piso y salió corriendo a todo lo que le daban las patas.
Cuando me desperté ya salía el sol. Marisa se secaba las lágrimas en un repasador. El timbre del teléfono le arrancó un estornudo. Levantó el auricular y yo volví a apretarle una mano.
- ¿Cómo va? - preguntó el chino.
- Re Bambi (lloré todo el tiempo). ¿Cómo está Javi?
El chino carraspeó.
- Joya - dijo.
- Pero, pero... - dije yo, oprimiendo la tecla de handsfree - Habla el padre.
"Ojo con lo que vas a decir", sugirió ella, en secreto.
- Quería saber qué le hicieron a mi hijo.
- Hermano... yo no puedo rebajarme, ni pedirle, ni rogarte...
- ¿Y cuánto nos va a salir?
- Un "mil" por año: ocho. Pedí para que les bajaran unas décimas, pero esto tiene mucho de laboratorio. Imaginensé.
- Qué afano.
El chino se ofendió.
- ¡Pero no ves, gilito embanderado, que la razón la tiene el de más guita!
Marisa volvió a aferrarse al aparato.
- Javi está bien, usted me dice que está bien... ¿Cuándo podemos ir a visitarlo?
- No se preocupe. Se lo mandamos para allá dentro de unas horas; está que se muere por ver a la vieja.
Ella insistió:
- Pero salió perfecto. Porque salió todo perfecto... ¿no?
El chino dudó.
- Bueno, perfeito... Perfeito es Dios.
Nos quedamos mudos.
- Perfeito no salió. Hay algunos detalles...
- ¿Qué pasó? - gritamos juntos, desesperados.
- Nada grave.
- ¿Qué es, qué le pasó? ¡Cuente, por favor!
- Una pavada.
Nos quedamos esperando a que completara lo que había empezado.
- Sus ojos se estiraron, y el mundo sigue andando - dijo, por fin.
Cuando sonó el timbre de la calle ella estaba diciendo que "no daba más de kleenex", mientras se sorbía los mocos con energía.
- Javi - dijo la voz detrás de la puerta, anunciándose por sobre nuestra mudez. En la TV estaban pasando el corto sin sonido de microorganismos intestinales de la Telescuela Técnica, ése que tantas veces habíamos grabado. Abrimos la puerta. Javi miraba hacia el piso. Me enjugué las lágrimas con las mangas del piyama. Tenía el pelo corto y parecía más petiso.
- Le auschwitzaron las lanas - dijo Marisa, como dudando.
Saltó a los brazos de su madre. En ese movimento descubrí que en su cara había un detalle que me molestaba más que el pelo.
- Cómo los extrañé - dijo.
No le conocíamos ese fervor. A Marisa los besos le salían entrecortados, con desconfianza.
- Te vamos a comprar otro hamster...
Él negó con la cabeza, que tenía el pelo, tal vez, más lacio.
- Ahora me basta y sobra con la piedra, papá.
Tal vez, más negro. Lo vimos salir corriendo hacia su habitación. Yo estaba perplejo: nunca antes me había dicho papá. Noté que ella estaba contenta, pero que también había percibido la diferencia. Enderezando la espalda para armarme de coraje, le dije, con el volumen bajo de un extraño acceso de sinceridad:
- ¿Me equivoco, o es chino?
- Es Javier - cortó ella, rotundamente -. No se hable más.
Y no volvimos a hablar del tema.
Con respecto a Javi, resultó estar totalmente curado; inclusive tiene más energía que antes, es saludable y gimnástico. Ama la piedra tanto o más que nosotros y se ocupa de todos sus cuidados, hasta de lustrarla. Ya estamos por cumplir los tres años de Petrona, y él solito le está preparando la fiesta. Me compré un traje de mil dólares en el programa de Coppa y Chego. Marisa piensa estrenar la nueva psilocibina inyectable vía cuello. Van a venir Lala y el marido. Aunque nuestra última puntuación marcaba los 8,95, Javi no está satisfecho. Supone que llegará a 9,50 antes de Navidad, con un talco de estrellas especial para rejuvenecerle las estrías. A través de los padres de sus nuevos amigos del colegio, comprendimos el gran esfuerzo de promoción y proselitismo que Javi lleva a cabo para satisfacer a nuestra mascota.
En ocasiones me pongo a mirarlo cuando está seleccionándole programaciones de montañas en la revista del cable; veo cómo la acaricia y le canta milongas, y me agarran dudas. Pero enseguida se me pasan, porque igual somos felices. Quiero que quede claro. Somos una gran familia, más unida que nunca: Marisa, Javi y yo.
Más unidos que cuando teníamos el Tamagotchi.