Playa quemada

La flor azteca

Los monstruos del Riachuelo

El amor enfermo

Marvin

Auschwitz

Adiós, Bob

Playa quemada

La fe ciega

Auschwitz

El Corazón de Doli

La otra playa


9.13.2023

APARICIÓN

 Apareció cuando la llama se puso verdosa. Apareció para que su hijo y su nieto lo vieran aparecer.

El hombre acomodó una silla. Venía de la heladera, trayendo agua.

—¿Es un reloj, no? —le indicó, para que viera. El chico hizo que sí con la cabeza. Era clara la mano de fuego flotando desde la cima de la vela. Cuando se alargó un poco reprodujo una muñeca —la forma torneada de una muñeca—y otra vez un reloj de pulsera, un puño incipiente de camisa. Las llamas se agrandaron hasta llegar a esbozar un codo imaginario en el aire de la habitación. El antebrazo de fuego ondulaba liviano y poderoso en la oscuridad. Después se volvió a achicar y quedó solamente el dedo índice. Por más que estuviera hecho de llamas, el chico pudo distinguir el nudillo. Hasta que se borró.

El chico encendió otro fósforo.

—¿Qué vas a hacer? —dijo el padre.

—Dejame probar.

El fósforo encendido se posó en el pabilo. La vela volvió a prenderse, primero con la forma de una uña de luz, luego con la del dedo índice desplegado y el resto de los dedos cerrados en el puño. La mano ajada, la muñeca otra vez con el reloj conocido por el padre del chico y un brazo encamisado, por fin, por detrás del codo y hasta el hombro del aparecido.

—Es el reloj del abuelo Oscar.

La pronunciación del nombre bastó para que las llamas se enojaran; el brazo dio un latigazo. Después se hamacó hacia la derecha y a la izquierda, titilando como una cinta encendida. Cuando el padre intentó soplarlo, lo avivó. El aire hizo crecer el hombro completo, el cuello de una camisa, el lado izquierdo de una cara. La media cara arrugada del abuelo Oscar. Un ojo y el perfil de su nariz aguileña. La inconfundible oreja del abuelo, como un durazno seco.

El chico fue a juntarse con el padre, al otro lado de la mesa. Los restos de la cena se veían, desperdigados sobre el mantel y a la luz mortecina, como un tibio accidente. El costado en llamas tal vez leyó ese pensamiento porque se arqueó, manifestando un dolor imprevisto y agudo. Sus límites se expandían o achicaban; la media boca se estiró hacia arriba. El abuelo estaba gritando y nadie podía escucharlo. El chico sintió bajar del techo la bocanada de calor.

—¿Te da miedo? —preguntó el padre.

—¿A vos?

—Sí.

Habían estado jugando al salto de la llama con las velas del corte eléctrico. El apagón se había producido al final de la comida, y el padre había buscado tres velas. Ubicó dos sobre un estante y dejó la tercera arriba de la mesa. El chico acercaba el fósforo encendido al pabilo, pero sin tocarlo, a una distancia de dos o tres centímetros. La llama utilizaba el humo como puente para cruzar. Era gracioso verla saltar en el aire y encestar como una pelota de básquet. El padre lo dejó hacer, fingiendo desde el asombro de sus ojos que era algo que veía por primera vez.

—No tiene botones en el puño —señaló el chico.

La tela se había desenrollado del brazo. Colgaba como un trapo. De un ojal había quedado suspendido un objeto que parecía un aro.

—Conozco esos gemelos —dijo el padre—. Se los quité cuando murió.

El chico sintió un escalofrío. El padre insistió en soplar, casi por nervios. La cara del abuelo se volvió a dibujar en el aire entumecido de la habitación. Hizo un movimiento como para acercarse, pero finalmente bostezó. El bostezo tironeó del amarillo de sus mejillas, y le hizo brotar una llama de la boca, como a un dragón. La lengua de fuego había rozado la pared.

Era la cara misma del dolor. El chico frunció los gestos de su propia cara y el abuelo se volvió a desvanecer hasta el hombro.

—Prometo no volver a soplar —dijo el padre.

Las caras de ellos parecían, también, dos extrañas apariciones.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó el chico.

—Esperar. Ya se va a consumir.

—Apagala, papá.

—No puedo.

—Es que ahora me dio miedo. Mucho.

Hablaban en susurros.

—Andate, Oscar —ordenó el padre, sin énfasis—. No tenés nada que hacer acá.

El abuelo amenguó la intensidad de su resplandor. En el aire había olor a azufre.

—Es malo, papá. Siempre lo fue. Echalo.

El padre no se podía mover de la silla.

—No se va a ir.

—Obligalo.

—No sé cómo.

Sopló y el fuego volvió a tomar fuerza creciente. Se llenó de rojos y azules, ganando altura sobre el cuerpo de las personas. Con la frente casi tocaba el cielorraso. El padre cruzó los dedos. Parecía que iba a llorar. El hijo lo miró con frustración.

—Tiene que haber una manera de que se vaya…

—Ya —dijo el padre, pero no hizo nada.

Entonces el hijo se mojó el índice y el pulgar con saliva, los acercó al pabilo encendido y los frotó. El fuego hizo fizz y la figura del abuelo desapareció para siempre.

Etiquetas: ,

Gustavo Nielsen nació en Buenos Aires, en 1962. Es arquitecto y escritor. Como arquitecto ha realizado obras en Capital, Buenos Aires, Córdoba, San Luis y Montevideo. Desde 2008 comparte el Galpón Estudio en el barrio de Chacarita junto a los arquitectos Ramiro Gallardo y Max Zolkwer. Ha ganado el Tercer Premio para el Parque Lineal del Sur (asociado a Max Zolkwer), el Primer Premio para el Oasis Urbano Magaldi Unamuno, Tercer Premio Cenotafio Las Heras y Mención en el Oasis Boedo (asociado a Max Zolkwer y Ramiro Gallardo), Mención en el MPAC (asociado a Sebastián Marsiglia), Mención en el Pabellón Frankfurt 2010 (asociado a Max Zolkwer y a Sebastián Marsiglia) y Primer Premio en el concurso internacional para el Monumento a las Víctimas del Holocausto Judío (también asociado a Sebastián Marsiglia). Escribe notas sobre ciudad y diseño en el suplemento Radar, de Página 12. Ha publicado “Playa quemada” (cuentos, Alfaguara), “ La flor azteca” (novela, Planeta), “El amor enfermo” (novela, Alfaguara), “Marvin”, (cuentos, Alfaguara, "Auschwitz" (novela, Alfaguara)y “Adiós, Bob” (cuentos, Klizkowsky Publisher) , “Playa quemada” (cuentos, Interzona), “La fe ciega” (cuentos, Páginas de Espuma, Madrid), “El corazón de Doli” (novela, El Ateneo) y “La otra playa” (novela, Premio Clarín Alfaguara 2010).

gesnil@gmail.com

EL SOL SE ALEJA DE LA TIERRA
APARICIÓN
FRANCO Y SUSTO / ÚLTIMA VERSIÓN
CARTÓN
TRES CUENTOS DE FANTASMAS / VERANO 12
EN LA RUTA
RETIRO
FRANCO Y SUSTO
EL FIN DEL PARAÍSO
ENTERRAR A LOS HIJOS

julio 2005
agosto 2005
septiembre 2005
octubre 2005
noviembre 2005
diciembre 2005
marzo 2006
mayo 2006
octubre 2006
enero 2007
septiembre 2007
noviembre 2007
mayo 2008
junio 2009
julio 2009
diciembre 2009
enero 2010
marzo 2010
abril 2010
mayo 2010
junio 2010
julio 2010
agosto 2010
octubre 2010
diciembre 2010
enero 2011
febrero 2011
marzo 2011
diciembre 2011
enero 2012
junio 2012
julio 2012
agosto 2012
septiembre 2012
octubre 2012
noviembre 2012
enero 2013
febrero 2013
mayo 2015
junio 2015
noviembre 2015
junio 2016
julio 2016
agosto 2016
marzo 2017
julio 2017
diciembre 2019
enero 2020
enero 2021
diciembre 2021
abril 2022
agosto 2023
septiembre 2023
enero 2024

Powered by Blogger

Suscribirse a Entradas [Atom]